sábado, 31 de marzo de 2012

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra

Desde pequeñita mis padres han intentado enseñarme a hacer las cosas bien. Me castigaban cuando desobedecía, actuaba de forma egoísta o hacía daño a alguien. Ellos lo hicieron lo mejor que pudieron y quiero pensar que hicieron un buen trabajo. A medida que fui creciendo fui tomando mis propias decisiones, ya no había nadie detrás diciéndome que hacer, advirtiéndome de lo que estaba bien y lo que estaba mal. En mi vida he cometido errores, muchos, unos peores que otros, con algunos he hecho daño a algunas personas y por todos y cada uno de ellos he sufrido y me he arrepentido con todo mi corazón. Le he dado vueltas y vueltas en la cama, reflexionando sobre cada uno de mis actos e inventando mil maneras en las que podía haber evitado todo, torturándome a mí misma, sintiéndome la peor pers>ona del planeta.

Pero después de todas las lágrimas, de todos los suspiros y los deseos de volver a atrás para borrar aquello que un día hice inconsciente de las consecuencias, sólo queda una experiencia, una enseñanza. Y siempre llega un día en que dejo de mirar hacia atrás, me secó los ojos, vuelvo a valorarme y le doy la vuelta a la tortilla, utilizando todo eso que aprendí para hacerlo mejor la próxima vez. Porque me he dado cuenta de que somos humanos, y como humanos todos y cada uno de nosotros nos equivocamos alguna vez, y que eso no nos hace malas personas. Lo que diferencia a las buenas personas de las malas no es la cantidad de cagadas que hacen, sino las primeras tienen la valentía suficiente para reconocer que la han cagado y así poder aprender de ello.Lo siento.

Lo siento por todas las personas a las que he hecho daño a lo largo de mi vida, Dios sabe que ni una sola vez ha sido a propósito y que he pagado por todas ellas. Sólo pido a todas esas personas que no saben como soy, que no me conocen realmente, ni conocen mi vida, ni mis circunstancias, ni saben si lo he pasado bien o mal, ni saben realmente nada de mi, que no intenten juzgarme. Nadie tiene el derecho de juzgar a nadie porque sólo cada uno de nosotros sabe lo que tenemos en el corazón y creedme que duele cuando te juzgan sin conocer. No nos creamos dioses, preocupémonos cada uno de nuestra propia conciencia y de reparar nuestros propios fallos que seguramente son igual o incluso más importantes que aquellos de esas personas a las que nos creemos con derecho de juzgar.

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